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El santo, el cuis, el chanchito y la vidriera encantada

Fiestas patronales de Capitán Bermúdez: San Roque, crónica de una fiesta de pueblo.

Una nena y un nene que no superan los diez años aferran un número en sus manos. Están colgados de unas vallas, los sostiene su abuela, que también tiene un numerito. Ahí están, expectantes, familias enteras, adolescentes que llegan solos en sus primeras salidas sin padres, grandes, chicos, la edad no importa, porque la ansiedad sale igual por sus caras. Todos están sobre el enrejado de poco más de un metro que los sostiene como espectadores de lo que pasará adentro, que por las miradas, parece ser algo importante.

En lo alto banderines celestes. En el suelo un círculo armado con pequeñas cajitas de madera, rojas, verdes, azules, naranjas, amarillas, con la pintura ya desgastada, y arriba cada una tiene un número pintado a mano, no respetan ningún orden.  Una puertita en cada cajita mira hacia el interior del círculo.

Silencio. El bullicio de los otros atractivos cercanos parece apagarse. Miradas fijas al centro del círculo. Ahí, otra cajita de madera, coloreada, despintada y pegada con cinta papel, muestra el paso del tiempo, pero también oculta algo. José, desde afuera del colorido círculo, recibe la orden. Ya se vendieron todos los números que corresponden a cada casita, es el momento. El hombre tira suavemente de una soga y la cajita se levanta. Ahora sí, los gritos comienzan. ¡Veinte, dos, treinta y uno, cuatro! ¡Dale, daleeeeeee! Y en el centro, él, ya liberado, gira, va hacia un lado, hacia el otro, sigilosamente recorre las puertas de las casitas de madera, amaga con entrar a una, los gritos se recrudecen, los que no tienen el número del que está cerca gritan más fuerte para ahuyentarlo, quienes tienen ese número gritan más fuerte aún: ¡treinta y unoooooo! Él olfatea, se va, vuelve y entra. El cuis entró a su casita, a la que lleva el número 31 y alguien, esta vez, ganó un monopatín plástico, en las próximas jugadas podrán ganar un rompecabezas, un mate, algún otro juego o utensilios para el hogar. Los tiempos cambiaron, pero todos recuerdan cuál era el tradicional premio del “cuis de San Roque”: un licor Cousenier. Algunos de los presentes añoran aquellos momentos: “éramos adolescentes y esperábamos ganar en el cuis para ir a tomar la botella de Cousenier al centro de la plaza, como toda una hazaña”, cuenta un cincuentón que desde que tiene memoria participó de los juegos de kermese de la fiesta del santo patrono de la ciudad de Capitán Bermúdez: San Roque. 

“Que este perro no me mire ni me toque”

San Roque, San Roque, que este perro no me mire ni me toque”, la popular frase que se repite en la ciudad tiene que ver con los orígenes del santo patrono local y en eso, la presencia de animales en su festividad no es obra del azar.

La historia de Roque de Montpellier (Francia), cuenta que era un hombre que dejó el dinero que tenía y se dedicó a ayudar a los enfermos, que en esa práctica contrajo tifo y muy enfermo se retiró a un bosque, donde un perrito le salvó la vida, llevándole pan que robaba para él. De ahí el vínculo con los animales y que en su fiesta se regale pan, cada vez que se lo homenajea por el día de su muerte el 16 de agosto.

Desde hace ya casi ochenta años, se realiza la tradicional procesión por la ciudad de Capitán Bermúdez, donde una vez al año, la pesada estatua del santo y su perro sale a recorrer las calles, sostenido, aún por estos días, al hombro de los fieles. En la caminata por las calles, que lo vieron pasar aun cuando eran de tierra, van abanderados del Colegio Cayetano Errico que depende de la parroquia que lleva su nombre, docentes, vecinos y vecinas de la ciudad y de localidades cercanas que llegan a la fiesta, por el evento religioso, pero también por lo popular que envuelve.

Años atrás, ese camino de la procesión, estaba marcado por cordones de las veredas pintados de blanco, al igual que los troncos de los árboles ubicados en las calles donde iba a pasar el santo. Eso ya no se hace, tampoco se tiran bombas en cada parada. Pero sí se sigue la tradición de disponer antiguos parlantes marrones, de forma cónica, en los postes de luz, desde donde, con algún que otro ruido propio de lo antiguo de la tecnología, se escuchan publicidades de los comercios locales y las misas de cada noche previas a la fiesta. El día de la procesión, suena la novena por allí y hasta los principales sorteos.

Entre las actividades que se hacen días previos al domingo de la fiesta, es tradición la bendición de los animales. Los dueños llevan sus perros, gatos, tortugas, peces, pero también algún año supo haber una iguana y hasta un pony, todo en la vereda de la parroquia.

La fiesta

Luego del recorrido por las calles bermudences, el saludo de las vecinas mayores desde el alero de sus casas, de la llegada de los peregrinos al escenario donde se dará la misa, ingresa último al predio frente a la iglesia, el santo patrono, y el pueblo lo recibe con un fuerte ¡Viva San Roque, Viva! y pañuelos en alto.

Durante la misa, se pide por los enfermos, por la comunidad bermudence y este año, particularmente, se rogó por los despidos en el Cordón Industrial, especialmente por los 84 de Fábrica Militar.

Tras la celebración, el santo vuelve a ingresar al interior de la iglesia, los pañuelos en alto y las campanadas lo despiden hasta el próximo año. Este cierre, oficializa el inicio de la festividad en la plaza, donde los vendedores ambulantes ofrecen todo tipo de chucherías, en especial para los más chiquitos, también hay venta de torta asada, choripán, pororó, ropa, y feria de artesanos locales. Desde la parroquia se disponen puestos con venta de plantas, tortas, alimentos y los tradicionales juegos.

Así comienza la venta de números para la Tómbola y la “Vidriera encantada”, juego este último en el que quien gana, se lleva un camión lleno de premios que van desde una heladera y una moto hasta electrodomésticos y ropa. Años atrás, supo ser más caudalosa, había juegos de living completos, televisores, mesas y sillas, por lo que quien ganaba se podía equipar una casa completa, y hasta supo haber una vaca y su ternerito. Y otra vez, los animales presentes en la fiesta. Cada una de las personas que alguna vez pasó por allí, algunas con asistencia perfecta que les da más de 50 fiestas en su haber, recuerdan aquella vaca en la vidriera y también los chanchitos y ovejitas que se sorteaban ruleta mediante. Ya nada de eso queda. La vaca tal vez por el precio de la carne, el chanchito porque protectoras de animales emitieron alguna opinión respecto al trato del porcino en sus últimos días.

Juan Carlos, que conoció de cerca la emoción que rondaba alrededor de los chanchitos y las ovejitas que estaban en un corral a la vista de la multitud, que se empujaba para tener una chance de ganar, ahora se resignó a vender a 40 pesos el número para sortear un chancho también, pero ya asado. Él es parte de la comunidad de la parroquia y cuenta que “al final, ahora terminamos cocinándolos, porque hubo muchas quejas. Pero era muy lindo antes, había 10 o 15 chanchitos y ovejitas, se vendían los números, se tiraba la ruleta y el ganador se lo llevaba. Lo ponían en una bolsa y te lo daban ahí en el momento” y añora: “alegraba a los chicos, que tenían el entusiasmo de llevarse un chanchito a la casa, era una tradición, se lo llevaban en un bolso, vivo, y después lo comían cuando querían, los chicos jugaban con ellos, muchos lo tenía un tiempo de mascota en la casa”. Ahora, Juan Carlos aclara: “hace dos o tres años que no permiten más eso por el maltrato hacia los animales. Son cosas que se van terminando, como un montón de cosas que se terminan en el país. Hay que resignarse a los avances, a veces algunos son buenos, otros malos, pero somos animales de costumbre”.

Cuando cae la noche, el frío que siempre acompaña, no impide que el público permanezca hasta el final o incluso se renueve con los que van a esa otra parte del festejo, algunos para escuchar las bandas locales que cierran musicalmente, otros para poner a prueba su suerte en los números de la Tómbola o en la afamada vidriera.

Algún que otro distraído mirará hacia el cielo, esperando los fuegos artificiales, que supieron ser famosos e interminables durante largos años, pero que, como el chanchito, la oveja, los cordones pintados y la vaca en la vidriera encantada, ya no están.

Sin embargo, este festejo tiene ese espíritu que hace que, aunque hayan pasado uno, diez o veinte años sin que uno concurra, aunque hayan cambiado algunas cosas y la cantidad de gente que se acerca haya mermado, igual parece detenido en el tiempo, como si nunca cambiaran las cosas. Ese tiempo en que la comunidad se une para mostrar en la calle lo que preparó todo un año. Como en los Carnavales, la fiesta de la Pachamama, el Gauchito Gil o de tantos santos y vírgenes de pueblos de algún rincón de nuestro país.

San Roque une a generaciones y también a los diferentes estratos de la ciudad, ahí está el dueño del comercio más grande, también sus empleados, trabajadores de las fábricas del Cordón, adolescentes, jubilados, alumnos de las escuelas públicas y privadas, vecinas y vecinos de diferentes barrios que ese día se acercan a pie a la Rotonda Cayetano Errico, en muchos casos previo pensar qué ropa van a estrenar para la ocasión.

Están ahí para ir a la procesión, para adorar al santo, para jugar al cuis, para probar suerte con un numerito, en definitiva, para ser parte, de una u otra manera, de la gran fiesta del pueblo.

Flavia Campeis